En la clase del sábado estudiamos el personaje de Hades, Plutón en la mitología romana, el señor del Inframundo.
Comenzamos la clase con un pequeño resumen-repaso en forma de lluvia de ideas de lo que habíamos hecho en clases anteriores y de los conceptos más importantes que habíamos aprendido sobre la mitología griega:
Después de la lluvia de ideas para afianzar conocimientos, comenzamos a estudiar las características principales del dios Hades: Hades está casado con Proserpina/Perséfone, a quien secuestró para llevarla a su reino y casarse con ella. Su madre, la diosa de la agricultura (Deméter/Ceres), desesperada, abandonó todos sus quehaceres para buscarla, y durante ese tiempo las cosechas dejaron de crecer y la tierra quedó yerma. Al final, Zeus intervino para que Perséfone volviera con su madre, pero Hades puso como condición que no podría llevarse nada del inframundo cuando lo abandonara, a lo que todos accedieron. Pero Perséfone había comido la tercera parte de una granada que el propio Hades le había ofrecido, así que se vio obligada a pasar un tercio del año en el inframundo, y el resto del año es libre para subir al mundo y pasarlo con su madre. Con este mito se pretende explicar por qué durante los meses de invierno no hay cosechas (porque Deméter está triste por la ausencia de su hija) y el resto de meses las plantas crecen y florecen.
Hades es un dios que aparece poco en la mitología clásica porque la gente no pronunciaba su nombre por miedo a enfadarlo o invocarlo, así que se referían a él con epítetos: Plutón (“el rico”), porque era dueño de todo lo que crecía en el subsuelo, desde los metales de las minas hasta las propias cosechas, Ctonio (“subterráneo”), Polidegmon (“el que recibe a muchos”), porque todo el que se muere es recibido por él en el inframundo, o Clímeno (“célebre”). También vimos cómo hoy en día se sigue aplicando este concepto de no nombrar cosas malignas o hacerlo en voz baja por miedo a invocarlas, y cómo se ve reflejado en algunas obras de ficción, por ejemplo, en las novelas de Harry Potter, donde se refieren a Voldemort con epítetos por miedo a invocarle.
El nombre de Hades significa “el invisible” y esto es debido a uno de sus atributos: el casco de invisibilidad que porta sobre su cabeza. El casco de invisibilidad no es un objeto original de la mitología griega: existen otros muchos mitos a lo largo del mundo que también hacen uso de estos cascos o capas de invisibilidad, como es el caso del casco de Sigfrido en las sagas nórdicas o el sombrero y la capa de invisibilidad del héroe japonés Momotaro. Además, diversas obras de ficción literaria y cinematográfica han aplicado de diferentes maneras el concepto de capa o sombrero que proporciona la invisibilidad a su portador: Harry Potter, El Señor de los Anillos, Percy Jackson… todo son adaptaciones de este objeto mitológico al cine y la literatura actuales.
Hades es, como sus hermanos, Poseidón y Zeus, barbudo, y tiene una larga cabellera rizada sobre la que porta en ocasiones una corona. Además, se le suele representar con un cetro en forma de horca, lo que le relaciona directamente con sus funciones como dios agrícola. En otras ocasiones, porta una cornucopia, el cuerno de la abundancia, lleno de las riquezas que este dios posee. Otros atributos que suelen acompañar a esta deidad son el gallo, el narciso y el ciprés, todas alusivas a su función como deidad funeraria.
A veces se representa a Hades en compañía de Cerbero, el perro de tres cabezas que custodia el inframundo. Pudimos comprobar como no es el único caso en la mitología universal de canes asociados al inframundo o a los territorios infernales: egipcios, japoneses, vikingos, mayas y britanos tuvieron sus propios canes demoniacos, teniendo hasta ejemplos en nuestro propio folclore español. Estas leyendas de perros demoniacos que se aparecen por la noche en los bosques para llevarse a los viajeros desprevenidos al Más Allá, no eran sino historias para prevenir a la gente de andar sola de noche por los bosques, evitando de este modo que pudieran ser atacados por lobos y fieras salvajes. De hecho, estas leyendas tuvieron tantísimo éxito en la Europa medieval que terminaron por originar otra figura mitológica bien conocida por todos: la del Hombre Lobo.
Ya hemos comentado a veces que cuando una cultura adopta una historia mitológica extranjera o un dios de una cultura ajena, a veces lo fusiona con los dioses propios de características similares. Pudimos comprobar cómo los etruscos asociaron a Hades con su dios Aita, portador de una piel de lobo (de nuevo la asociación entre Señor Infernal y los cánidos), o cómo en Roma se asoció al dios griego con Orcus (precisamente fue Orcus quien daría origen en la Italia medieval a un monstruo mitológico, el orco (los ogros en la mitología española), en los que se basaría Tolkien para crear los orcos de sus novelas. De nuevo, podemos comprobar como hoy en día seguimos rodeados de mitología, tanto en los cines como en la literatura.
Para acabar la clase, hicimos un ejercicio de creatividad: atendiendo a las descripciones que los autores clásicos nos proporcionan sobre el reino de Hades, los alumnos realizaron un dibujo retratando cómo se imaginaban ellos los dominios del Inframundo, al que se accede por un cráter llamado “Averno”, por el que se llega al Erebo (“oscuridad”, “sombra”). Allí, los difuntos deben pagar una moneda de oro al barquero Caronte para poder atravesar uno de los cinco ríos que cruzan el inframundo: el río Aqueronte (“pena”), también conocido en otras versiones por el nombre de laguna Estigia (“odio”). Si no tienen dinero para cruzar, deberán esperar cien años hasta que Caronte los quiera llevar, vagando en el Erebo, a la orilla de la laguna Estigia o de su afluente, el río Cocito (“lamentaciones”), cuyas aguas están formadas por las lágrimas de los ladrones y los pecadores. El hecho de ayudar a pagar el pasaje es lo que motivó a muchas personas en la antigüedad clásica a enterrar a sus difuntos con una moneda de oro en la boca, con la que poder pagar al barquero, y así han aparecido hoy en día al ser excavados por los arqueólogos.
Otros tres ríos confluyen en el mismo punto con el Aqueronte y el Cocito: son el río Lete (“olvido”), donde los cultos religiosos que creían en la reencarnación decían que bebían los difuntos para olvidarse de su vida anterior antes de reencarnarse; el río Mnemosine (“iluminación”), que proporcionaba el conocimiento absoluto a todo aquel que bebiera de sus aguas; y, por último, el río Flegetonte (“fuego”), hecho de fuego y lava y que conducía al Tártaro.
Una vez cruzada la laguna Estigia, las almas de los difuntos llegaban a una ciénaga nebulosa, tras la que Cerbero guardaba las puertas del Inframundo. Al cruzarlas, los difuntos llegaban a los campos de Asfódelos (el asfódelo es una flor muy relacionada con el culto funerario), donde, en una explanada frente al palacio de Hades y Perséfone, tres jueces decidían dónde pasaría cada alma la eternidad: si había sido una persona ejemplar en vida, iría al Eliseo, una isla paradisíaca, donde había tres cosechas al año. Los que no habían sido ni buenos ni malos, pasarían la eternidad vagando por los campos de Asfódelos, mientras que los que habían sido malos, eran condenados a pasar la eternidad en el Tártaro.
Como ya se ha adelantado, el Flegetone conducía al Tártaro y lo rodeaba. Esta isla rodeada de fuego y lava estaba rodeada por una alta muralla y en su interior había un castillo con una torre de hierro en el centro. En lo alto de la torre, Tisífone, la furia de la venganza, daba la bienvenida a los condenados con golpes de su látigo. Una vez dentro de la torre, los lanzaba a lo más profundo de un pozo que había en su interior, donde sufrirían terribles castigos durante toda la eternidad.
En la próxima clase veremos los dibujos terminados y estudiaremos a Zeus, el rey de los dioses. Además, seguiremos dibujando las tarjetas para el juego que estamos preparando para final de curso y haremos un pequeño concurso-repaso para ver si reconocemos a todos los dioses que hemos estudiado. ¡Nos vemos el día 11 de febrero! ¡No os olvidéis de traer los dibujos del Inframundo!