En la clase de hoy hemos terminado de ver algunos seres mitológicos relacionados con Hera que nos quedaron pendientes de la clase anterior: hemos hablado de Lamia y el castigo que Hera le impuso por ser amante de Zeus y cómo, a partir de esta figura se han desarrollado, a lo largo de los siglos dos seres mitológicos muy actuales: las sirenas y los vampiros.
En el caso de las sirenas, la historia de Lamia derivó a multitud de historias, tanto de época romana como medievales, en las que bellas mujeres, en ocasiones con la mitad inferior del cuerpo con forma de serpiente, se peinaban los largos cabellos mirando su reflejo en las aguas de un lago y atraían con su belleza a los hombres que, una vez cerca, eran atrapados –bien con sus melenas, bien con su cola de serpiente- y devorados. A esta historia, en la Edad Media, se le sumó la de las sirenas clásicas, medio-mujeres, medio-aves, que atraían a los marineros con sus cantos hacia las rocas, donde se estrellaban y morían. De ahí surgió la sirena que actualmente conocemos: mitad mujer, mitad pez (las sirenas-ave antiguas son demasiado terroríficas como para atraer a los marineros y engañarlos con su belleza, así que se adopta una morfología más similar a la de las lamias para dar más fuerza y credibilidad al personaje), largos cabellos, que se peinan y decoran con esmero, y cánticos que enamoran a los marineros a quienes atraen hacia las rocas para para que naufraguen.
En el caso de los vampiros, se toma otra vertiente de la historia de Lamia: como no puede cerrar nunca los ojos, no duerme por las noches, y por eso aprovecha que todo el mundo está dormido para robar niños y comérselos. A partir de las palabras de Filóstrato ya se puede rastrear la costumbre de explicar este comportamiento: según el griego, Lamia se comía a los niños jóvenes porque su sangre le daba vigor. Desde este punto de partida, el mito evolucionó hacia las lamias romanas, que entraban por la noche a las habitaciones de los hombres para robarles el vigor y, poco a poco, la vida, sin que se enteraran. Con este mito, los clásicos trataban de dar explicación a ciertas enfermedades desconocidas por ellos (anemias, enfermedades degenerativas, leucemias…), en los que el enfermo, por más que durmiera, no descansaba, y se levantaba cada vez más cansado y con peor estado de salud, sin que pudieran explicar la causa de dicha evolución, hasta que, en más de una ocasión, el enfermo moría. En la Edad Media este mito siguió vigente y se alimentó con iconografía cristiana (les dan miedo las cruces, se les mata con una estaca –símbolo de la cruz de Cristo-, etc.), hasta que en el romanticismo el mito repuntó gracias a la adaptación del mito a la literatura que hizo Bram Stoker, creador del personaje de Drácula que ha servido de modelo a los vampiros actuales.
Con estas dos evoluciones de un mismo mito hemos aprendido que los mitos nunca permanecen estáticos: los personajes cambian, evolucionan, se unen y se separan en distintos seres que tienen evoluciones diferentes y que, en ocasiones, llegan a nuestros días bajo una apariencia completamente distinta a su forma original.
Después de esto hemos vuelto a revisar la figura de Eris, la Discordia, otra de las hijas de Hera, y su papel en el capítulo del juicio de Paris, las tres Gracias (Hera, Atenea y Afrodita) y la manzana de la Discordia. Hemos vuelto a reconocer en Paris la figura del héroe que estudiamos hace dos clases, con muchos de los atributos y características típicos de estos personajes, y hemos podido comprender los motivos con los que los griegos explican el inicio de la guerra de Troya.
Tras estos apuntes, hemos comenzado con el tema que nos ocupaba hoy: Poseidón, el dios de las aguas y del mar, gracias al cual hemos aprendido cómo veían los antiguos el mundo: su esposa, Anfítrite (“la que rodea el mundo”), nos ha servido de vehículo para ver mapas de épocas griega y romana con los que comprender cómo los antiguos concebían el mundo conocido: rodeado de mar, y con sus confines en las columnas de Heracles, que delimitaban el punto a partir del que ya no había más tierras (y de ahí el lema “Non plus terrae ultra” –no hay más tierras más allá- que se asociaba a estas columnas antes del descubrimiento de América y que, tras demostrarse que sí que había tierras más allá de las columnas de Heracles, cambió a “Plus ultra”).
Hemos visto también que la importancia de este mito ha traspasado el tiempo hasta el punto de que esas mismas columnas de Heracles figuran en el actual escudo de España, dado que los antiguos las situaban en el actual Cádiz. Además, hemos aprendido que el símbolo del dólar americano proviene de la representación de estas columnas en la primera moneda de curso legal en Estados Unidos: el real de 8 o Spanish Daller. Es decir, aunque no seamos conscientes de ello, y aunque hoy en día sabemos que hay más territorio más allá del Estrecho de Gibraltar, seguimos usando en nuestro día a día símbolos e imágenes que se refieren directamente a la historia de las columnas de Heracles y a la mitología asociada a éstas.
¿Y cómo colocó Heracles las famosas columnas? Aquí tenemos dos versiones (tal y como llevamos viendo las últimas clases, los mitos rara vez explican algo con una única versión):
En la primera versión, el mito explica cómo se formó el mar Mediterráneo: Hércules separó Europa de África a la vuelta de su décimo trabajo en Gadir (actual Cádiz) y por ese punto entró el océano e inundó todo lo que hoy en día ocupa el mar Mediterráneo. En la segunda versión, Estrabón nos habla de los restos arqueológicos –hoy confirmados– del templo dedicado a Melkart (el equivalente fenicio a Heracles) en Cádiz, donde los navegantes realizaban ofrendas para agradecer haber terminado su travesía sanos y salvos.
Tras un breve paso por los atributos, poderes y seres que acompañan a Poseidón, hemos visto cómo la mitología griega a veces adopta seres y relaciones procedentes de mitologías cercanas o, incluso, muchísimo más anteriores en el tiempo a la creación de la propia cultura griega: es el caso de la asociación del dios de los océanos con los caballos quienes, aparentemente, no tienen una relación evidente con el mar. Hemos aprendido que, al igual que el español proviene del latín, el latín, el griego, y casi todas las lenguas conocidas actualmente, derivan de una lengua muy antigua y ya extinta llamada “indoeuropeo”, y es, precisamente, de la época en la que se hablaba este idioma, cuando se relacionó a la divinidad de los mares con los caballos, pues tanto la palabra “agua” como la palabra “caballo” tenían una pronunciación similar:
*ekuos: caballo (de aquí deriva, por ejemplo, nuestra palabra “equino”)
*ekuâ: yegua (de aquí deriva nuestro actual término para “yegua”)
*ekuâ, *eku, *akuâ: agua (de la última deriva nuestra palabra “agua”)
Los griegos simplemente adoptaron como parte de su mitología la relación entre la divinidad de las aguas y los caballos que ya existía desde antiguo. En la mitología griega explican esta relación con los caballos contando que Poseidón creó al primer caballo golpeando una roca con su tridente. Y Poseidón cruzaba los mares en su carro tirado por unos veloces caballos. Por este motivo, el barco mercante más empleado por fenicios y griegos llevaba en su proa un caballo: para asegurarse la protección de la divinidad del mar, amante de los caballos. Es precisamente este tipo de barco del que hablamos en la clase anterior cuando explicábamos la historia del “caballo” de Troya. Otro ejemplo de un caballo asociado a este dios es Pegaso, hijo de Poseidón con Medusa, y cuyo nombre significa en griego “manantial” (de nuevo, la relación entre agua y caballo).
Ya hemos hablado en otras clases de cómo la mitología griega adopta en muchas ocasiones dioses de otras mitologías, como ocurre con la otra hija de Poseidón con Medusa, cuyo nombre no puede ser pronunciado (en la antigüedad existía la creencia de que si conocías el nombre de alguien, podías maldecirlo, y por esto en multitud de mitologías no se da el nombre real de algunas divinidades muy poderosas, sino un apodo); en este caso, esta deidad es conocida como “La Señora”, y se corresponde con una deidad femenina, Diosa Madre que controla las fuerzas de la Naturaleza y a las fieras salvajes, y por eso sale representada en multitud de ocasiones con una bestia salvaje a cada lado, que están siendo dominadas por la diosa. Era la diosa más poderosa en algunas religiones pre y protohistóricas tanto en Europa central y nórdica, como en el Mediterráneo, Próximo Oriente e incluso Asia pero, cuando fue adoptada por la mitología griega, pasó a ser un personaje de tercera. Un caso más de cómo a veces las mitologías adoptan personajes externos y los incluyen en su corpus de historias, encajándolas como pueden en sus propios ciclos míticos.
Acto seguido, hemos visto cómo mucha de la mitología asociada a Poseidón trata de dar explicación a fenómenos como las tempestades marinas, los naufragios contra las rocas, las fuentes de agua salada, los maremotos o la sequía de las fuentes. Una vez más, la mitología no es sólo un conjunto de historias bonitas, sino que pretende entender el por qué de las cosas. A este respecto, nos hemos centrado en el mito de la Atlántida, la isla gobernada por Poseidón y sus hijos. Aunque existen varias versiones que pretenden explicar la desaparición de tan fabulosa y próspera isla, es Platón quien nos da la pista para entender este mito: el filósofo griego nos cuenta que la isla desapareció y se hundió en el mar por una catástrofe natural. Exactamente como la isla de Santorini, una isla griega rica y próspera gracias al comercio marítimo que cayó en desgracia al estallar el supervolcán que tenía en medio y que hizo saltar por los aires a gran parte de la isla, provocando grandes maremotos en el archipiélago griego y cambios climáticos y ecológicos por culpa de la capa de cenizas que cubría el sol. El encadenamiento de las consecuencias de esta explosión condujo a una larga época de crisis en el ámbito griego conocida como la “Edad Oscura”. El estallido de la isla fue tan dramático que se sintió incluso en China, donde queda recogido en sus crónicas. Las cenizas del volcán llegaron al Polo Norte, donde hace no mucho un grupo de científicos consiguió sacar un estrato de hielo contemporáneo a la explosión, totalmente cubierto de cenizas provenientes de la explosión. El mito de la Atlántida demuestra cómo a veces un hecho real de gran impacto en la sociedad se puede mitificar y terminar siendo parte de la historia mítica de una cultura, incluso hasta el punto de perder toda la apariencia de ser una historia real.
Por último, hemos visto el mito de otro de los hijos de Poseidón: Orión, el gigante cazador matado por un escorpión (una vez más, hay varias versiones que explican quién y por qué envió al escorpión a matarle), y cuya historia quedó inmortalizada por los dioses en la constelación de Orión, siempre al lado de su fiel perro, Sirio y perseguido eternamente por la constelación de Escorpio. Este mito pretende explicar la forma de las constelaciones y por qué cuando la constelación de Orión sale por el Este, la de Escorpio se oculta por el Oeste y viceversa: los antiguos no sabían que ambas constelaciones estaban en hemisferios diferentes y que por eso, a pesar del movimiento de la tierra, nunca podían verse a la vez desde el mismo punto.
Además, hemos empezado un proyecto nuevo en clase: estamos dibujando fichas con personajes, lugares y objetos mitológicos para utilizarlos al final del curso en un juego mitológico que va a ser muy divertido. Os enseñamos las que han dibujado hoy los alumnos, para que veáis qué arte tienen, ¿a que son fantásticas?
La semana que viene seguiremos dibujando fichas nuevas y viajaremos a los mundos infernales de la mano del dios Hades. ¡No os lo perdáis!